“Creo haber vivido todos los
movimientos en la Universidad desde 1971 y no recuerdo uno tan masivo
como el movimiento del CGH. Fue la huelga más masiva y más plebeya que
se haya vivido en la historia de la Universidad. El despliegue fue una
verdadera avalancha, una tormenta, un estruendo impresionante. Era el
movimiento de los estudiantes de abajo, de los más jodidos, de los más
castigados, y que querían ser expulsados de la UNAM.”
Testimonio sobre los acontecimientos de abril en
Palabra del CGH. El testimonio de los huelguistas.
Introducción
Este 20 de abril se cumplirán 15
años del inicio de la huelga de 1999-2000 en la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), uno de los movimientos juveniles más notables
en la historia reciente del país que luchó por preservar la gratuidad
educativa.
Frecuentemente sucede que en la relación
de un movimiento estudiantil, las últimas etapas del proceso tienden a
oscurecer a las primeras. La forma en la que termina la lucha de masas,
especialmente si se trata de una derrota o de una salida represiva,
hace olvidar con regularidad la manera en la que inició todo: la
efervescencia, el dinamismo, y la creatividad propia de los primeros
momentos. En consecuencia, el análisis del ascenso mismo del movimiento
queda también relegado, y con ello, la posibilidad de estudiar la
estrategia empleada por los primeros núcleos de activistas para hacer
crecer la lucha. Así ocurrió con la historiografía del movimiento
estudiantil 1968 y de forma similar ha sucedido con la del Consejo
General de Huelga (CGH).
Por otra parte, aunque desde 1999 a la
fecha se ha vertido gran cantidad de tinta para hablar de este tema,
sorprende que década y media después los balances que mayor resonancia
tienen sean los que precisamente acusan al movimiento de haber
secuestrado nueves meses la UNAM. Qué decir de la posición de los
grandes medios de comunicación, de los círculos gubernamentales, y de
los intelectuales de régimen (los Krauze, los Sheridan, los Reyes
Heroles) que desde el inicio reaccionaron con espanto ante el
levantamiento estudiantil que subvertía el orden en la Universidad y que
puso en duda el poder de la casta sacerdotal que siempre se había
sentido dueña de ella.
Como parte representativa de las
posiciones que reprueban la actuación de los estudiantes en 1999, el
señor Raúl Trejo Delarbre* publicó después de la huelga un libro para
exponer en amplia magnitud esta idea:
…. Un asunto realmente menor
como el de los pagos por colegiaturas (cuotas que existen sin ser
cuestionadas en la mayoría de las universidades públicas del país y del
mundo) fue pretexto para que la UNAM estuviera paralizada durante tanto
tiempo que la pérdida de todo un año escolar fue irreversible.
…Numéricamente pocos en comparación
con la enorme cantidad de alumnos que tiene la UNAM los huelguistas
fueron expresión patética, y también triste, del rencor social y el
adocenamiento ideológico que padece una parte de la actual generación de
jóvenes mexicanos. La intolerancia con que tomaron e impusieron sus
decisiones, distinguió a su movimiento de muchas otras luchas y huelgas
en la historia de la Universidad y de la sociedad mexicanas. La huelga
iniciada en abril de 1999 no fue un movimiento democrático, ni popular.
Todo lo contrario, se singularizó por un alevoso autoritarismo y atentó
contra los compromisos sociales –y populares– de la Universidad.
…Ese Frankenstein secuestró a la
UNAM, ante el rechazo pasivo de la mayoría de los universitarios y la
indolencia inexcusable del gobierno. (Raúl Trejo Delarbre, El secuestro de la UNAM, p. 7. Énfasis del original).
En realidad éste, como otros libros
publicados tras la huelga de 1999, está lejos de considerarse un
análisis serio y elaborado sobre el tema, y en el mejor de los casos se
trata de una compilación de artículos que durante el conflicto fueron
publicados en diversos diarios de la capital. Para el señor Delarbre, de
la noche a la mañana un puñado de individuos consiguió manipular a
decenas de miles de estudiantes para cerrar la Universidad más grande de
latinoamérica por motivos meramente triviales. Este tipo de
razonamiento en realidad no es muy distinto al que empleó el rector
Barnés justo antes de que estallase la huelga el 20 de abril de 1999:
“Afable, cordial… el rector Barnés desestimó la organización y la fuerza
real de los grupos inconformes e insistió en que no se trataba de un
movimiento natural, legítimo: ‘Hay alguien detrás de todo esto’.” (Raúl
Monge, Barnés a Ímaz: “Hay alguien atrás de todo esto”, Proceso, 1173, 25 de abril de 1999, p. 6).
Ante este tipo de argumentos la primera
cosa que se nos viene a la cabeza es: si realmente el proyecto de cuotas
del rector Francisco Barnés de Castro era un “asunto menor” y las
autoridades contaban con el apoyo de la aplastante mayoría de los
universitarios, ¿cómo fue posible que un puñado de individuos paralizara
una Universidad de cientos de miles de estudiantes sin suscitar una
oposición considerable?, ¿cómo pudieron los activistas con trayectoria
política previa manipular a los estudiantes para ir a una huelga que no
estaba justificada? Mejor aún, ¿por qué en lugar de esperar nueve meses,
las autoridades y el gobierno federal no sometieron a esta “expresión
patética” al instante? Después de todo, si lo pensamos bien, ellos
tenían de su lado a los cuerpos de seguridad de la Universidad, a la
policía, a las fuerzas armadas y a sus órganos judiciales para hacerlo.
Además, si en verdad hubiesen tenido la razón de su parte, hubieran
podido restablecer la vida académica y someter a estos grupos con el
apoyo abrumador de los universitarios.
¿Fue la huelga en la UNAM el secuestro
de una minoría ante la pasividad de la mayoría? Este método de
razonamiento superficial, que propone que cada huelga o movimiento está
provocada por “agitadores profesionales” y no por el descontento
acumulado, es típico de la mentalidad policiaca. La idea que se intenta
inducir, es que decenas de miles de estudiantes eran incapaces de velar
por sus propios intereses, y por lo tanto, si se movilizaban, la única
explicación posible es que estaban siendo manipulados por agitadores
profesionales.
El presente artículo pretende demostrar
precisamente lo contrario de lo que los medios de comunicación, los
intelectuales a sueldo y los enterradores políticos de toda laya se han
empecinado en decirnos durante los últimos quince años: que la huelga en
la UNAM fue una imposición minoritaria, que no consiguió nada, que
terminó mal y que por lo tanto no vale la pena luchar ni organizarse.
En primer lugar, si la huelga de
1999-2000 hubiera sido derrotada, hoy la UNAM sería un pequeño colegio
de paga con una matrícula pequeña, colegiaturas elevadas, separada del
bachillerato (ENP-CCH) y de los institutos de investigación, además de
que sería usufructo único de las clases dominantes. En términos
concretos, el mismo plan que hoy el gobierno de Peña Nieto está
preparando para PEMEX habría sido consumado desde hace 15 años en la
UNAM.
En segundo lugar, si la huelga de
1999-2000 no hubiera sido respaldada por la mayoría de los estudiantes,
defendida con argumentos sólidos en las asambleas y votada
democráticamente, ésta habría sido rota en menos de una semana por los
grupos de choque de la Rectoría y el gobierno. En tal caso a nadie le
habría importado la ruptura de una huelga que nadie defendía. Pero
precisamente porque las demandas del movimiento estaban plenamente
justificadas, porque el camino de la votación fue democrática, pero
sobre todo porque la vía del diálogo fue cerrada por las mismas
autoridades, la huelga en la UNAM tuvo un enorme consenso y no pudo ser
desarticulada sino después de nueve meses de tenaz resistencia en el que
se produjo una dura batalla por el destino de la universidad pública.
El autor de las presentes líneas por
supuesto, está lejos de pensar que el movimiento del CGH hizo todo bien,
y de hecho, ha reiterado en otras ocasiones la degeneración sectaria
que vivió en sus últimos meses. Sin embargo, de ninguna forma comparte
la visión de quienes sostienen que el movimiento no sirvió para nada o
que fue derrotado. Hoy más que nunca se reconoce que si el movimiento de
1999-2000 hubiera sido aplastado, se habría generado un efecto dominó”
de privatización en todas las universidades públicas del país.
La huelga del CGH fue una lucha heroica
como pocas han tenido lugar en la historia de los movimientos juveniles
del país. Luego de una década en el que el proyecto neoliberal había
avanzado formidablemente con las reformas salinistas al campo y a la
educación, así como con la entrada en vigor del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN), los estudiantes de la UNAM se
convirtieron en los primeros en frenar de manera contundente un proceso
de privatización que se daba por consumado. En un periodo histórico en
que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha conseguido llevar a cabo las
contrarreformas laboral, educativa y financiera, así como la
privatización de la renta petrolera (PEMEX) con escasa resistencia, tal
vez sea el momento de empezar a reflexionar con mayor detenimiento cómo
fue posible que en 1999-2000 los estudiantes de la UNAM vencieran.
I. La situación de la UNAM antes de la huelga
Frecuentemente sucede que al hacer un
balance sobre la huelga de 1999-2000 se deja completamente de lado las
condiciones políticas y académicas que imperaban en la Universidad hasta
antes de abril de 1999. La razón de esto es que si se compara la
Universidad de hoy con la que en la década de los noventas dirigía el
sector más conservador y derechista de la burocracia (los rectores José
Sarukhán y Francisco Barnés), los logros del movimiento del CGH saltan
inmediatamente a la vista.
En efecto, la década de los noventas en
la UNAM puede considerarse como una época de profundo retroceso para el
movimiento estudiantil y las fuerzas democráticas de la institución.
Desde el fin del Congreso Universitario de 1990 la UNAM había sido
escenario de una abierta elitización privatizadora. Un estudio de la
Dirección General de Estadística y Sistemas de Información titulado Perfil del ingreso familiar de los alumnos de la UNAM (1995-1998), señalaba
a inicios de 1999 que tan sólo el 7.1 por ciento de los estudiantes
matriculados provenía de familias con ingresos menores a cuatro salarios
mínimos, mientras que 51.6 por ciento del total de la población
estudiantil procedía de familias cuyos ingresos eran mayores a nueve
salarios mínimos. (Dirección General de Estadística y Sistemas de
Información, Perfil del ingreso familiar de los alumnos de la UNAM 1995-1998,
México, UNAM, 1999). En su conjunto los alumnos de clase media y media
alta sumaban aproximadamente el 92 por ciento de la población total de
la Universidad.
Debe recordarse además que en octubre de
1995 el rector José Sarukhán puso en marcha la reforma que suprimió dos
de los cuatro turnos del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), que
modificó de forma tecnocrática sus planes de estudio y que recortó el
número de estudiantes inscritos. Desde 1990 la matrícula del CCH había
experimentado una contracción significativa al pasar de 72,794
estudiantes inscritos en 1988 a 58,765 en 1996, esto es una reducción de
19.2% en menos de ocho años. (Datos de la Agenda Estadística de la UNAM
de 1990 a 2000). A todas estas propuestas los estudiantes del CCH
respondieron ese mismo año con una huelga, pero debido a la forma
precipitada en la que se estalló, fue derrotada en poco tiempo. Al
final, muchos estudiantes participantes en aquel movimiento fueron
consignados al Tribuna Universitario y expulsados definitivamente.
La derrota de la huelga de los CCH en
1995 y desmoralización en las fuerzas del movimiento estudiantil
posibilitó además que en 1996 se impusiera el Examen Único de ingreso al
bachillerato y la intromisión del organismo empresarial Centro Nacional
de Evaluación (CENEVAL) en el proceso de admisión de los aspirantes de
la UNAM. Con ello, la Universidad dejó de establecer por un tiempo los
criterios para elegir a sus aspirantes y los puso a disposición de un
organismo privado, cuya visión de la enseñanza es eminentemente
mercantil y que utiliza mecanismos de discriminación social para
orientar a los estudiantes de escasos recursos a opciones educativas de
bajo perfil técnico.
Tiempo después, en 1997, Francisco
Barnés de Castro propuso acotar los alcances del Pase Automático y
restringir los límites de permanencia de los estudiante en la
Universidad. A iniciativa suya fueron modificados el 1 julio de 1997,
los reglamentos generales de Inscripciones, de Exámenes y de Posgrado.
Las reformas emanadas estipularon que sólo tendrían derecho al nuevo
“pase reglamentado”, aquellos alumnos que hubieran terminado sus
estudios en un plazo no mayor de cuatro años y con un promedio mínimo de
siete, agregando que sólo tendrían asegurado su lugar en la carrera de
preferencia, quienes hubieran obtenido nueve de promedio.
Con las Reformas del 97, tomó
forma el proyecto de separación de la ENP y el CCH de la UNAM. En los
hechos, se trataba de una medida diseñada para sacar de la Universidad a
los estudiantes que por sus condiciones de vida avanzan más lentamente
en sus estudios que los que tienen resueltas todas sus necesidades
básicas: los que se ven obligados a trabajar, los que se han
independizado de sus familias, o los que simplemente en la etapa
terminal de sus carreras han contraído diversos compromisos personales.
En síntesis, las Reformas del 97 eran medidas de elitización con criterios de discriminación social claramente definidos.
Pero la Rectoría no sólo había
arrebatado conquistas históricas a los estudiantes, sino que había
fortalecido el aparato de represión política. El porrismo en las
escuelas de bachillerato era mucho mayor que en tiempos actuales y los
cuerpos de vigilancia Auxilio UNAM eran utilizados como
instrumentos de represión y espionaje político. El mismo sindicato de la
Universidad llegó a denunciar en distintas ocasiones que las
autoridades comenzaron a combinar en grupos de seguridad a elementos de
la Procuraduría General de la
República (PGR) con trabajadores de base
para intervenir en asuntos internos de la institución. En otro tiempo
la UNAM había sido un espacio de mayor tolerancia y de libertades
democráticas, pero con un margen más acotado de su autonomía, sus
órganos de gobierno aparecían como un tentáculo más del aparato estatal,
por si no fuera poco el rector no era más que un funcionario del
gabinete presidencial que acataba órdenes sin chistar.
En un contexto en que se hablaba del
“fin de las ideologías” y donde reinaba una comunidad elitizada, la
intelectualidad hubo de bautizar a los jóvenes de los noventa como la
“generación X”. Quizá por este motivo, a inicios de 1998 Barnés tuvo la
confianza necesaria para hacer pública su intención de incrementar las
cuotas en la UNAM, cosa que no ocurría desde 1986.
II. Se avecina la tormenta
A finales de 1998 el presidente
Ernesto Zedillo planteó una reducción del gasto en educación. Ya un año
antes se habían recortado 1,500 millones de pesos del fondo de inversión
educativo, de los cuales 300 millones hubieron de corresponder
exclusivamente a la UNAM.
Para todo ello las
fracciones parlamentarias del PRI y el PAN se obstinaban en convertir en
deuda pública los costos de la quiebra bancaria contenida del Fobaproa,
calculada hasta entonces en 600 mil millones de pesos. De esta manera,
en el proyecto del Presupuesto de Egresos de 1999 el gobierno federal
optó por hacer un recorte del 37.5% del fondo de inversión
universitaria, afectando a las tres principales instituciones de
educación superior del ámbito federal: la UNAM, la UAM y el IPN. La
magnitud del recorte –mencionaba José Blanco-, bien podía ser subsanada
sin causar daños a las finanzas públicas si se reducía la evasión fiscal
o bien, si 0.04% del PIB, que representaba el ajuste, se trasladaba
como parte de la deuda interna del gobierno. (José Blanco, “Educación
Recortada”, La Jornada, 8 de diciembre de 1998, p. 6.) No así,
Zedillo prefirió plegarse a las disposiciones del Banco Mundial
imponiendo una reducción presupuestal a la UNAM del 5 por ciento en
términos reales.
En la Universidad mientras tanto, el
rector Francisco Barnés había puesto en marcha toda una serie de
mecanismos asistencialistas para suplir la responsabilidad del Estado en
el subsidio de la Universidad. En la campaña para “diversificar las
fuentes de financiamiento” ya se estaba preparando políticamente el
terreno para introducir su propuesta de alza de cuotas. En marzo de 1998
el funcionario resaltó la necesidad de que los estudiantes colaboraran
con el financiamiento de la Universidad, llamando a los padres de
familia a “realizar mayores esfuerzos”. Al mismo tiempo en la prensa
nacional se sincronizaba un mismo discurso mediático: “las cuotas que
pagan los alumnos de la UNAM son simbólicas”, “los subsidios federales
benefician a los estudiantes más ricos”.
Barnés había sido muy cauto en sus
declaraciones. Durante todo el primer semestre de 1998, había
manifestado su afinidad por el incremento de las cuotas sólo de manera
vacilante, rechazando una y otra vez que su campaña de ahorro fuera
pretexto para modificar el Reglamento General de Pagos de la UNAM.
Públicamente el rector aparentaba oposición al recorte presupuestal de
Zedillo, pero en los hechos su estrategia se desenvolvía en plena
complicidad con la intención presidencial de modificar el Reglamento
General de Pagos (RGP) de la UNAM. En los medios de comunicación como en
el pleno del Consejo Universitario, Barnés no solo no criticaba el
abandono de la educación superior pública por el Estado, sino que
además hacía ver el alza de las cuotas como la única solución viable.
Este juego político fue percibido con claridad por las organizaciones
estudiantiles y activistas de la época.
Fue hasta finales de enero de 1999
cuando el rector creyó propicio dar el paso decisivo. Entonces su
discurso político empezó a hacerse más claro para toda la comunidad
universitaria. Fue Lizette Jacinto, entonces consejera universitaria por
la FFyL, quien atestiguó a finales de enero el ánimo beligerante con el
que el funcionario apuntalaba su reforma. Al finalizar un encuentro
editorial, la también estudiante de historia le habría dicho a Barnés
que los estudiantes no permitirían que las cuotas se implementaran en la
UNAM, a lo que el rector le habría respondido: “El que no se suba al
tren de la modernidad, saldrá muy lastimado”. (Lizette Jacinto Montes,
“Visiones retrospectivas, Huelga de 1999-2000”, en Rodríguez Araujo, El conflicto en la UNAM (1999-2000) Análisis y testimonios de Consejeros Universitarios independientes, Ediciones El Caballito, México, 2000, p. 132.)
Barnés estaba decidido a llevar su
proyecto hasta el final. ¿A qué corporaciones e individuos quería
complacer Barnés con el alza de cuotas? Hasta la fecha muchas de las
contribuciones económicas realizadas por grandes empresarios a la
Universidad, han tenido el privilegio de permanecer en el anonimato. Sin
embargo, es a todas luces concluyente que las modificaciones al RGP
planteadas en febrero, representaban el punto culminante de la campaña
de Fundación UNAM avocada durante todo 1998 a recabar fondos entre los
empresarios. En este punto han quedado develados los interesas de clase
que ya por entonces disputaban el control de la Universidad.
La burocracia universitaria no pudo
resistir la tentación de comprometer el carácter público de la
institución, cediendo sin la menor resistencia, atribuciones cada vez
más amplias a la iniciativa privada. Y pese a todas las advertencias
internas, Barnés decidió tomar el riesgo en sus manos, aventurarse, y al
mismo tiempo poner en riesgo la estabilidad de la Universidad.
Suponiendo a una generación sumida en la apatía y confiado por sus
éxitos precedentes, pensó que en todo caso las protestas serían muy
débiles. Después de todo, el mismo augurio se le había presentado
durante las Reformas del 97 y al final las movilizaciones no habían podido aglutinar más que a un núcleo reducido de jóvenes.
El día 11 de febrero de 1999 Barnés
propuso ante el pleno del Consejo Universitario (CU) elevar las cuotas
de inscripción del bachillerato de 15 centavos a $680.00 semestrales
(veinte salarios mínimos), y las de licenciatura de veinte centavos a
$1,020.00 semestrales (treinta salarios mínimos). En el documento Universidad Responsable, Sociedad Solidaria,
el rector subrayaba que la finalidad de las nuevas cuotas era obtener
ingresos complementarios para optimizar el funcionamiento de la
institución, y descartaba que ello diera lugar al desentendimiento del
Estado en la aportación de recursos. Como era de esperarse, ese mismo
día el CU dio visto bueno al proyecto institucional y lo turnó a las
comisiones de Presupuesto y Legislación, así como a los consejos
técnicos de todas las escuelas y facultades de la UNAM para su
discusión. Comenzó de esta manera la cuenta regresiva hacia el aumento
de cuotas en la UNAM.
III. La irrupción de las masas
Fue hasta el 25 de febrero cuando
las primeras coordinaciones de activistas llevaron a cabo la primera
movilización contra la propuesta de elevar cuotas, misma que tuvo una
asistencia de 18 mil estudiantes que con antorchas en mano partieron del
Monumento de Álvaro Obregón a la Rectoría. La primera movilización del
incipiente movimiento estudiantil despejó por completo las dudas sobre
el carácter masivo de la oposición a las cuotas.
El nivel de tensión política en la
Universidad había ido escalando poco a poco. Era perceptible que se
estaba reeditando una batalla que había quedado congelada desde 1992
cuando el rector Sarukhán había intentado también elevar las cuotas,
pero para que las masas de estudiantes entraran en la escena política
hacía falta un detonante decisivo.
Los días transcurrieron y el mes de
marzo se abrió paso en medio de la efervescencia generalizada. La
primera coordinación de estudiantes adoptó el nombre de Asamblea
Estudiantil Universitaria (AEU) y uno de sus primeros resolutivos fue
llamar al rector Barnés para dialogar de manera pública el 2 de marzo en
el auditorio Che Guevara. Los preparativos generaron gran
expectación y el acto fue difundido ampliamente en la prensa. Sin
embargo, llegado el día, miles de estudiantes y consejeros se quedaron
esperando al funcionario. El rector respondió al diálogo con un no
rotundo, agregando que “se convertiría en un monólogo en que se busca la
descalificación”.
Ya desde estas fechas, el movimiento
estudiantil tenía claro que el formato para dialogar con las autoridades
sería público, abierto, transmitido por los medios masivos de
comunicación, donde se elegiría una representación estudiantil y una de
la Rectoría en igualdad de condiciones, y que se abordarían todos los
problemas urgentes para la Universidad y no sólo las cuotas. Pero Barnés
no estaba de acuerdo con este formato ni con ningún otro, y conforme
los espacios de diálogo se cerraban, el movimiento adquiría más y más
fuerza. Sin haber conseguido un mínimo acercamiento con las autoridades y
con la amenaza de que en unos cuantos días podría ser aprobada el alza
de cuotas, un conflicto de mayores proporciones ya se estaba anunciando.
El día 4 de marzo el movimiento
consiguió triplicar sus fuerzas y reunió a más de 30 mil estudiantes en
una marcha que fue del Parque Hundido a la torre de la Rectoría. Durante
el mitin una oradora lanzó un ultimátum al rector: o retira su
propuesta de cuotas o habrá huelga en la UNAM y se formará un consejo
general para tal efecto. Y aunque entre las corrientes estudiantiles
afines al PRD, más concretamente el CEU histórico, este anuncio
causó molestia, la verdad es que ninguna de las corrientes estudiantiles
se atrevía a negar la posibilidad de este escenario. Más que en su
pertinencia, las diferencias de los moderados con las demás corrientes
consistía en los tiempos políticos para estallarla: mientras aquellos
preferían agotar todas las instancias oficiales, los otros presionaban
para acelerar sus preparativos.
El miércoles 10 de marzo de 1999, a unas
horas de que el primer paro de labores convocado por la AEU para luchar
contra las cuotas en la UNAM surtiera efecto, la tensión en la
Universidad subió de tono.
Directores y funcionarios pernoctaron en
diversas instalaciones para impedir la toma de los planteles. En las
preparatorias varias puertas fueron bloqueadas y desde muy temprano se
instalaron en los accesos vallas de funcionarios y golpeadores para
impedir la realización de cualquier acto político. En muchas escuelas
la instalación del paro se presentó como un verdadero choque de fuerzas,
y al final 23 dependencias de la Universidad cerraron totalmente.
La suspensión de labores del 11 de marzo
desató la furia generalizada de la Rectoría y de distintos funcionarios
en el ámbito federal, pues bajo la exigencia de diálogo público, el
movimiento estudiantil puso en duda la hegemonía de las autoridades
sobre la Universidad. Esta movilización de miles de jóvenes evidenció
que la burocracia no tenía en realidad consenso para incrementar las
cuotas y que tampoco contaba con un sector de masa entre el estudiantado
para respaldar su iniciativa. Ante la contundencia de la movilización,
esa misma tarde el abogado general de la UNAM, Gonzalo Moctezuma
Barragán, declaró que emprendería acciones legales contra los
instigadores del paro ya fuera en el Tribunal Universitario o ante la
PGR. Miguel Limón Rojas, secretario en turno de la SEP y Diódoro Guerra,
director del IPN, también se apresuraron a condenar la toma de
instalaciones y otorgaron todo su respaldo al rector.
De manera repentina fue anunciado que la
sesión del Consejo Universitario para votar el nuevo RGP sería el lunes
de 15 de marzo. Al respecto nadie, ni siquiera los consejeros, estaban
informados del lugar ni la hora donde habría de ser citado el pleno.
Mientras tanto, la AEU hubo de reunirse en el Che Guevara y determinó
instalar un plantón en la torre de la Rectoría desde esa tarde para
evitar la entrada de las autoridades y con ello posponer la sesión del
Consejo Universitario.
La efervescencia entre los estudiantes
aumentó. Dado el acoso de que fueron objeto los primeros núcleos de
activistas por parte del cuerpo Auxilio UNAM, grupos de porros y el Grupo Cobra durante
las semanas previas al alza de cuotas, la asamblea estudiantil temía
que la convocatoria derivara en violencia. La organización estudiantil
programó así un plan detallado para sabotear la sesión del Consejo
Universitario. A lo interno, los consejeros estudiantiles interrumpirían
la sesión para orillar a la Rectoría a abrir el debate de manera
democrática. A lo externo, la AEU intentaría impedir que los consejeros
accedieran al pleno formando una red de estudiantes acostados en el
piso. Para el movimiento sería un día de alerta roja y de movilización
generalizada. En caso de que los estudiantes se vieran imposibilitados
para llevar a cabo dichas maniobras y que no fuera posible ninguna clase
de boicot, la AEU programaría en todas las escuelas un amplio debate
para preparar la huelga.
El tan anunciado 15 de marzo llegó.
Desde muy temprano las autoridades citaron a varios grupos de consejeros
en distintos lugares de la Universidad para informarles que el
Instituto Nacional de Cardiología (INC) sería la sede alterna donde se
aprobarían las nuevas cuotas. Sin embargo, al arribar los consejeros
descubrieron una cede cercada por vallas de policías mientras observaban
cómo desde distintos autobuses descendían directivos y consejeros
afines al rector.
En cuestión de minutos la noticia recorrió Ciudad Universitaria.
La concentración que desde la tarde del día anterior había sido
convocada para boicotear el acto en la torre de Rectoría, fue notificada
de lo que sucedía en el Instituto Nacional de Cardiología ubicado en la
zona de hospitales de Tlalpan. La desesperación se apoderó de los
estudiantes. Cientos de ellos se agruparon desde y se trasladaron por el
periférico hasta el INC. Cedamos ahora el uso de la palabra a Lizette
Jacinto quien era por esos días consejera estudiantil:
A las 9:00 de la mañana se nos
avisó que la sede alterna no sería la torre II de humanidades… Lo que no
nos habían informado, era cual sí sería la sede. Algunos consejeros
profesores e investigadores tampoco fueron notificados… Unos minutos más
tarde, se nos indicó abordar el camión que nos llevaría a la sede, sin
saber aún cuál sería ésta. Poco tiempo después, el camión fue
interceptado por algunos integrantes de la asamblea de Ciencias
Políticas. Llegamos a la sesión del Consejo a las 9:20 en el Instituto
Nacional de Cardiología, hora en que ya se habían aprobado en lo general
las cuotas…. (Lizette Jacinto Montes, “Visiones retrospectivas ‘Huelga de 1999-2000’”, en Rodríguez Araujo, El conflicto en la UNAM (1999-2000). Análisis y testimonios de Consejeros Universitarios independientes, p. 133.)
De manera premeditada la
Rectoría había excluido de la votación a 35 consejeros universitarios,
28 de los cuales eran estudiantes, al avisarles del lugar del pleno ya
muy avanzada la sesión. Al llegar al Instituto de Cardiología y darse
por enterados que el alza de cuotas era un hecho, muchos de ellos
decidieron no entrar al recinto. Mientras tanto al exterior, iban
llegando cientos de estudiantes procedentes de facultades y escuelas
periféricas. Se gritaron consignas, los consejeros estudiantiles
dirigieron comunicados a la prensa denunciando que la reforma había
sido aprobada en tan solo tres minutos y de repente, al ver que no había
más que hacer ahí, los miles de estudiantes ahí concentrados decidieron
regresar a Ciudad Universitaria marchando por el periférico bajo la
consigna: “cuotas aprobadas, huelga declarada”.
En la conciencia de miles de
jóvenes se había producido un salto cualitativo. Una proporción
importante de aquellos que habían depositado su confianza en los órganos
institucionales había quedado desengañada con la maniobra del rector.
La forma antidemocrática en que fue aprobado el RGP fungió entonces como
catalizador de la protesta estudiantil. Para muchos quedó al
descubierto la intransigencia de las autoridades en la aprobación de una
reforma en la que no creían conseguir el consenso necesario.
La aprobación de las cuotas el 15 de
marzo de 1999, para utilizar una expresión coloquial, fue “la gota que
derramó el vaso”, y el acontecimiento que llevó al límite la
confrontación entre las fuerzas del movimiento estudiantil y la
Rectoría. Decenas de miles de jóvenes alejados hasta entonces de toda
participación política, cuestionaron la forma en que fue aprobado el RGP
y comenzaron a involucrarse en las asambleas. Pero tampoco aquí hubo
una rectificación de la Rectoría. Lejos de ser llamados a la concordia,
los estudiantes fueron acusados de fósiles, “agentes externos” y fuerzas
desestabilización de la Universidad. Pese a saberse en minoría, Barnés
continuó con sus planes y polarizó aún más los ánimos de los estudiantes
al tildarlos de minoría. En este punto es el mismo Gerardo L. Dorantes
quien así lo señala, pues estando al frente de la Dirección General de
Información de la UNAM dirigió una encuesta a la población estudiantil
para conocer la popularidad de la reforma al RGP. (Ver Gerardo L.
Dorantes, Conflicto y Poder en la UNAM: la huelga de 1999, pp. 12-13.)
Varias semanas antes de que
estallara la huelga, Barnés tuvo noticia de que el RGP era bastante
impopular. ¿Por qué decidió entonces seguir adelante? En su propio
momento el rector Carpizo había reculado ante la presión estudiantil,
con todo y pese a que ya habían transcurrido varios meses desde la
aprobación de sus reglamentos. Era evidente que llevar adelante un
proyecto tan desprestigiado en las circunstancias antes mencionadas,
desataría una lucha intestina con implicaciones inciertas para ambos
bandos. Pero si en este momento Barnés decidía continuar con su plan
pese a saberse en minoría, no sólo podemos atribuir su conducta a su
ánimo facineroso sino a la certidumbre que le acarreó el respaldo
presidencial.
Durante las últimas semanas de marzo las
asambleas por escuela y facultad en la UNAM habían cobrado proporciones
masivas, se habían conformado cientos de brigadas para denunciar las
condiciones en que se habían aprobado las cuotas y el llamado que se
hacía a los estudiantes para tomar partido contra el nuevo RGP, estaba
surtiendo un efecto inusitado. La entrada de las masas en la escena
política fue un acontecimiento que dejó estupefactos a propios y
extraños. Dada la despolitización que había vivido la Universidad desde
el fin del Congreso Universitario de 1990 y el avance formidable del
proyecto neoliberal en casi todos los ámbitos de la vida nacional, nadie
había creído posible que un movimiento de masas pudiera desplegarse.
Pero si los estudiantes habían demostrado completa apatía cuando se
habían aprobado las Reformas del 97, en el momento en que se supo consumado el incremento de las cuotas, la realidad fue distinta.
El día 24 de marzo tuvo escenario el
segundo paro general de 24 horas convocado por la AEU. Con mucha mayor
concurrencia que la vez pasada, a esta jornada de lucha se sumaron 31
escuelas de la Universidad bajo la exigencia de abrogación del RGP y
diálogo público. En la Universidad el nivel de efervescencia política se
había generalizado. La confrontación entre las autoridades y los
estudiantes estaba en una situación límite: o la Rectoría se sentaba a
dialogar con la AEU o la huelga indefinida sería inevitable. Pero por
segunda vez no fue atendida la demanda de diálogo sino todo lo
contrario: las autoridades reiteraron que promoverían sanciones “contra
los instigadores de la suspensión de clases”.
La asamblea de estudiantes sesionó
nuevamente el 26 de marzo pero ya no para convocar al diálogo a Barnés,
sino para advertirle que de no derogar las cuotas, la huelga estallaría
en abril. Ese mismo día el órgano estudiantil dio a conocer el Primer Manifiesto a la Nación,
documento en el que se dirigía a todo el país para hacer una exposición
de los motivos de su lucha y advertir que de no dar marcha atrás, la
Rectoría enfrentaría una movilización masiva para echar abajo dicha
imposición, tal y como doce años atrás lo hiciera el CEU. “Estamos
haciendo –suscribía la AEU- el mayor esfuerzo por sumar a todos a este
movimiento y estallar la huelga más consensada y fuerte de la UNAM.” (Manifiesto de la Asamblea Estudiantil Universitaria, 25 de marzo de 1999.)
A escala nacional la expectación
alrededor del movimiento aumentó. Los principales diarios de circulación
nacional empezaron a dedicar planas enteras al conflicto. El movimiento
estudiantil había iniciado una acelerada curva de ascenso y se
preparaba para pasar a la ofensiva. Sonaban tambores de guerra en la
UNAM.
IV. ¿Cómo estalló la huelga en la UNAM?
Siendo testigos de cómo el conflicto
empezó a escapar poco a poco de su control, las autoridades deslizaron
durante los primeros días de abril de 1999 la posibilidad de abrir un
“diálogo institucional” siempre y cuando no se reeditara el formato del
movimiento de 1987, esto es: una discusión a través de los mismos
Consejos Técnicos y sin tener como interlocutor legítimo al movimiento
estudiantil. Pero a los ojos de las masas de estudiantes esto apareció
como un engaño y una invitación a aceptar su propia derrota. La
intención de la Rectoría era generar desánimo, hacer pensar entre los
estudiantes que estando ya aprobado el RGP sería imposible revertirlo, y
al mismo tiempo, poner en marcha una instancia paralela al movimiento
estudiantil para mediatizarlo y disolverlo. Para infortunio de la
burocracia, los estudiantes no cayeron en esta trampa.
El último el rechazo de diálogo público
por parte de Francisco Barnés había convencido a miles de jóvenes de que
el rector no tenía disposición de negociar y de que se había aprobado
un reglamento obedeciendo a intereses externos a la Universidad. En el
auditorio Che Guevara la AEU se reunió el 7 de abril y sus
delegados acordaron prepararse para estallar la huelga indefinida el día
20. El día 8 de abril partió la cuarta marcha del movimiento desde del Parque de los Venados a
la torre de la Rectoría, lugar donde sesionaba el Consejo
Universitario. Mientras tanto, en la sala de sesiones del Consejo
Universitario eran momentos de afrentas y premoniciones. Aproximándose a
la mesa del presídium, la consejera Lizette Jacinto le entregó al
rector una bandera rojinegra doblada y una nota que decía: “Sr. Rector,
estamos en pleno Consejo. Hay un emplazamiento a huelga que no se
quiere. Hagamos algo. Yo le entrego una bandera doblada. Si esta se
desdobla sobre la Universidad, será por su intransigencia y
autoritarismo”. (Rodríguez Araujo, op. cit., p. 135).
A un mes de que hubiera sido aprobado el
RGP todas las fuerzas del movimiento estudiantil estaban concentradas
en el estallamiento de la huelga. Pero para la AEU aún faltaba un paso
decisivo: su legitimación. El 15 de abril fue realizada una Consulta
General Universitaria en la que participaron 109,000 estudiantes. Los
resultados de la Consulta Universitaria fueron contundentes: 70 por
ciento de los estudiantes desconoció la aprobación del RGP por el CU y
90 por ciento respaldó la gratuidad de la educación superior. La
correlación de fuerzas arrojada por este ejercicio elevó la confianza de
los estudiantes movilizados y motivó a otros tantos a pensar que si aún
con la voluntad expresada, las autoridades no derogaban el RGP, el
escenario de huelga estaría plenamente justificado.
Al día siguiente de la Consulta, la
Rectoría declaró que los resultados del ejercicio no eran confiables y
que incluso, en muchas dependencias no se había llevado a cabo. Pero
para cientos de estudiantes que habían estado a cargo de su
organización, así como para decenas de miles que habían ido a depositar
su voto, estas declaraciones aparecieron como una burla descarada. Miles
y miles de estudiantes que habían pensado que el referéndum
serviría para abrir canales de diálogo y evitar la huelga, quedaron
entonces desengañados y con ello, los argumentos del sector de
estudiantes que aun estando a favor de la gratuidad, se oponía al
cierre, quedaron rebasados.
En múltiples ensayos y artículos, los
intérpretes ultraizquierdistas del movimiento estudiantil han hecho
aparecer el camino hacia la huelga como una senda siempre ascendente y
exenta de contradicciones. Todo ello, como si los estudiantes estuviesen
predispuestos para hacer huelgas en cualquier momento. Esta imagen a
todas luces falsa, imposibilita la comprensión de la forma tan audaz en
que la AEU fue conquistando posiciones políticas, se convirtió en un
organismo de masas y pudo convencer a la mayoría de los estudiantes de
ir a la huelga.
Antes de ganar el consenso definitivo,
la consigna de la huelga indefinida había sido vista con renuencia por
los estratos medios del estudiantado. Aquellos sectores de la
Universidad para los que el aumento de cuotas no representaba una carga
excesiva en el sostenimiento de sus estudios: estudiantes hijos de
comerciantes, de pequeños empresarios, de académicos, de oficinistas,
estudiantes hijos de empleados públicos, todo tipo de jóvenes cuya
estancia en la Universidad no se había visto comprometida con las nuevas
cuotas, y que por lo tanto, habían depositado mayor confianza en los
medios institucionales. En otro ángulo estaban los estratos más pobres
del estudiantado, aquellos que habían adoptado desde el 15 de marzo una
actitud más desengañada hacia las autoridades. Todo tipo de estudiantes
de extracción baja y media baja, hijos de trabajadores, de obreros, de
campesinos, hijos también de profesionistas depauperados y sobre todo,
estudiantes que trabajaban.
Este último sector había formado desde
el inicio la columna vertebral del movimiento estudiantil y había sido
desde el inicio del conflicto, el sector más interesado en la derogación
del RGP. Pero para ganar la huelga, no habría sido suficiente el
consentimiento y la participación de esta parte del estudiantado. Para
consensar la huelga y hacer del movimiento estudiantil una expresión
fuerte, dinámica y plural, la AEU debía ganar también el apoyo de los
estudiantes medios, que como sector de masa, constituían una proporción
muy considerable de la Universidad. Este fue el motivo por el que
durante los días previos a la suspensión de labores, la propaganda del
movimiento estuvo dirigida a hacerles ver que su confianza en los
órganos de la Universidad estaba cimentada en ilusiones, así como a
desbaratar sistemáticamente sus prejuicios en torno a la huelga
indefinida.
Un argumento recurrente de los estratos medios del estudiantado era: “Yo estoy de acuerdo con que la Universidad debe ser gratuita, pero no estoy de acuerdo con la huelga”. A estas voces, la Asamblea de la Facultad de Ciencias del 13 de abril respondía:
…Quienes así ven las cosas deben
decirnos entonces cómo podemos hacer retroceder a las autoridades si no
es con la huelga. ¿Citándolas a dialogar públicamente? Ya lo hemos hecho
en dos ocasiones. ¿Expresando nuestro desacuerdo por otros medios?
Hemos publicado decenas de miles de carteles, periódicos murales y
volantes en todas las escuelas. Hemos marchado por las calles y por la
universidad en cuatro ocasiones decenas de miles de universitarios.
Hemos parado actividades dos veces una amplia mayoría de universitarios
(cerca de 52% en la primera ocasión y del 70% la segunda). Hicimos todo
lo que estuvo a nuestro alcance -y más- el día de la sesión clandestina
del
Consejo Universitario para evitar una imposición que abriera un
conflicto de mucha mayor envergadura en nuestra Universidad. Hemos
debatido una y otra vez en todas las escuelas, aún en aquellas en que
los directores han organizado grupos de choque para impedir que sus
alumnos conocieran otros puntos de vista, distintos a los del rector
(como en Derecho).
…Ante esto, hay dos
alternativas posibles: O “aceptamos bajo protesta” que se impongan las
autoridades, reconociendo que por la razón que sea no estamos dispuestos
a hacerles frente. O luchamos por impedir que se impongan, con un medio
de lucha a la altura de la agresión, capaz de hacerles frente. ¿Se les
ocurre otro a estas alturas que la huelga misma? Propónganlo. Pero todos
sabemos que es la última carta que nos queda, la más difícil de
implementar, pero a su vez la más poderosa. Y sabemos también que si no
es ahora, antes de que termine el semestre (y esto ocurre en las
preparatorias prácticamente el 23 de abril), no será más adelante. Lo
sabemos bien. Por eso la Asamblea Universitaria ha decidido finalmente estallar la huelga a las 0 horas del martes 20 de abril. (Comisión
de Propaganda de la Asamblea General de Ciencias, “Sobre la Huelga”,
2º. Taller de Análisis sobre el Movimiento, Documento a discusión No. 4,
13 de abril de 1999.)
Una vez que entre los estudiantes se
entendió que la burocracia no daría marcha atrás en el reglamento de
pagos, inició intempestivamente el camino hacia la huelga y su votación
en cada una de las escuelas y facultades, adquirió distintas formas: en
algunas se dio a mano alzada por medio de asambleas abiertas, en otros
casos, se recurrió al referéndum, y en otros más, la decisión se dio por medio de Consejo General de
Representantes.
Conforme el día fijado para
el estallido de la huelga se iba aproximando, se iban tensando más las
relaciones políticas entre los grupos de poder de la Universidad: entre
las mismas élites, entre las autoridades y los estudiantes, y entre los
mismos estudiantes. Tratándose de una Universidad tan grande y
heterogénea, empezó a resurgir en distintas escuelas un viejo debate
sobre la forma más legítima de tomar decisiones “entre las votaciones en
asambleas directas y la existencia de consejos generales de
representantes como sustitutos de esas asambleas”. (María Rosas, Plebeyas Batallas. La huelga en la Universidad, p. 22.)
En Psicología los estudiantes instalaron
las urnas de votación y al finalizar la jornada ganó el estallido con
1800 votos a favor. (Ibíd., p. 19.) En Economía votaron sí a la
huelga 1288 y en contra 415. En Ciencias había ganado también el
estallido por mayoría abrumadora. Llama la atención la forma como fue
votada la huelga en la Facultad de Química, cuna del rector Barnés y
dependencia donde a inicios del conflicto se afirmaba que su comunidad
respaldaría mayoritariamente el RGP. Ahí los estudiantes llegaron a un
acuerdo con la dirección para realizar un referéndum y ambas partes se comprometieron a respetar el resultado. (Guillermo Delgado, El movimiento estudiantil universitario de 1999 en la UNAM: los resolutivos del Consejo General de Huelga,
p. 107). Ahí se instaló un padrón general con mucha vigilancia por
ambas partes votando sólo estudiantes con credencial en mano. Al
finalizar la tarde, cuando ya se habían contado uno a uno los votos,
había ganado el estallido de la huelga por amplia mayoría.
Pero en este proceso también se
presentaron excepciones. La política del movimiento tuvo mayores
dificultades para expresarse en escuelas tradicionalmente despolitizadas
y donde el peso de los estratos medios era más fuerte: Derecho,
Veterinaria, Odontología, Arquitectura y la ENEP Acatlán, por mencionar
los casos más destacados. Utilizando a los consejeros estudiantiles, las
autoridades de estas escuelas consiguieron movilizar a una periferia
considerable de jóvenes opuestos a la huelga, pero sin llegar nunca a
ser mayoría. Tal fue el caso de la Facultad de Derecho, bastión
tradicional del priismo y de toda clase de académicos con lazos en el
gobierno federal.
Estando la Facultad de Derecho en el
proceso de votaciones, los estudiantes de adheridos a la AEU realizaron
una asamblea en la que miles de estudiantes se pronunciaron por estallar
la huelga junto con las demás escuelas de la Universidad. Las
autoridades a su vez, dijeron haber realizado una consulta interna en la
que la mayoría de la comunidad “se pronunció en contra”. No contamos
con datos precisos para corroborar esta información. Lo cierto es que la
Facultad de Derecho fue una de las dependencias más reacias al
estallido de la huelga y a diferencia de otros lugares, fue escenario de
una fuerte polarización entre las fuerzas del movimiento y las
autoridades.
Una semana antes de que venciera el
plazo para colocar las banderas rojinegras, diversos medios impresos
dieron cuenta de la tensión que se estaba desarrollando en el
bachillerato. El enfrentamiento entre autoridades y estudiantes estaba
adquiriendo tintes violentos. El 14 de abril las facultades de Ciencias,
Economía y el CCH Oriente fueron a un nuevo paro de labores con el fin
de promover el estallido de la huelga en las escuelas donde la represión
política era más fuerte. Algunas de las brigadas del CCH Oriente se
dirigieron a la preparatoria 2 de Churubusco, pero cuando los activistas intentaron ingresar al plantel, elementos de Auxilio UNAM
detuvieron a un estudiante del CCH y lo golpearon hasta romperle las
costillas. (Alma Muñoz, “Riña entre porros y promotores de la consulta”,
La Jornada, 15 de abril de 1999, p. 39.) Este acontecimiento
desató el enojo generalizado de cientos de jóvenes que en cuestión de
horas se reunieron en asamblea, instalaron barricadas en todos los
accesos y expulsaron a las autoridades, dando comienzo a la huelga en la
primera dependencia de la Universidad.
En diversas preparatorias los
estudiantes ocupaban las oficinas de la dirección y expulsaban de la
misma forma a los directivos, en otras, las autoridades ofrecían mayor
resistencia y organizaban grupos de golpeadores, académicos y
estudiantes opuestos al paro para frenar las protestas. Pero la
agitación era incontrolable. En el plantel Sur del CCH, más de cinco mil
estudiantes a mano alzada votaron la suspensión indefinida de clases,
convirtiéndose desde entonces en uno de los centros neurálgicos de la
lucha en el bachillerato. En los planteles 5, 7 y 9 de la ENP una
relación similar comenzó a expresarse.
Cuando uno a uno se fueron conociendo
los resultados de las votaciones por cada escuela y facultad, no hubo
lugar a dudas sobre el consenso de la huelga: 27 dependencias decidían
colocar las banderas rojinegras los primeros minutos del 20 de abril. Mientras
tanto en las asambleas locales, decenas de demandas empezaron a brotar
de la voz propia de los estudiantes. Al momento de discutir el pliego
petitorio del movimiento, los estudiantes habían puesto sobre la mesa no
sólo el rechazo a las cuotas, sino todos los problemas relacionados con
la enseñanza, las carencias en sus condiciones de estudio, el
autoritarismo imperante en la Universidad, así como una serie de
exigencias de alcance nacional. De esta manera, en el lapso de dos
semanas la AEU llegó a contabilizar más de 38 peticiones procedentes de
las asambleas locales para conformar el pliego petitorio general,
acordando además integrar una comisión central para elaborar una
propuesta unitaria.
Desde que el movimiento había adquirido
proporciones masivas, las corrientes moderadas del movimiento habían
visto con rechazo la inclusión de demandas que plantearan la cancelación
de las reformas neoliberales que desde mediados de los noventas se
habían implementado en la Universidad. Tal era el caso de las llamadas Reformas del 97
y de los vínculos de la UNAM con el CENEVAL. Pensando que su adición no
sería vista con “buenos ojos” por los estudiantes, se remitían a exigir
la derogación de las cuotas como única exigencia para solucionar el
conflicto.
Pero en oposición a la al CEU histórico,
existían corrientes estudiantiles de importante trayectoria que eran
conscientes que de proseguir el movimiento en ascenso, se generarían
diversas oportunidades políticas para que los estudiantes revertieran la
desfavorable correlación de fuerzas que la década pasada les había
heredado. Además, aunque el ala moderada había visto con renuencia la
petición de derogación de las Reformas del 97, era irrefutable
que esta consigna tenía mucha aceptación entre los estudiantes de
bachillerato, por lo que desde el inicio su exclusión de hizo muy
difícil. Al final se acordó que el Pliego Petitorio del movimiento
sería:
- Abrogación del Reglamento General de Pagos y eliminación de todos los cobros ilegales.
- Derogación de las reformas impuestas por el Consejo
Universitario el 7 de junio de 1997. Esto significa recuperar el pase
automático, eliminar los nuevos límites de permanencia a los estudiantes
de la UNAM y respetar la elección de carrera dando prioridad al
bachillerato de la UNAM.
- Creación de un espacio de diálogo y resolución sobre los problemas que enfrenta nuestra universidad.* (Más tarde esta demanda se modificó por: Realización de un Congreso Universitario Democrático y Resolutivo).
- Retiro de cualquier tipo de sanción en contra de
estudiantes, maestros o trabajadores que participamos en este
movimiento; desmantelamiento del aparato de represión implementado por
el rector Barnés de Castro.
- Recuperación de los días de clase invertidos en el movimiento y extensión de las fechas de trámites administrativos.
- Rompimiento de los vínculos de la UNAM con el Centro Nacional de Evaluación* (Esta demanda fue adherida en el segundo mes de huelga por las asambleas).
Desde el domingo 18 de abril el campus
de CU quedó prácticamente desprotegido. Las autoridades desprendieron
diversas plumas de estacionamiento, rejas de entrada y salida, así como
cadenas de seguridad en distintos puertas de acceso a los planteles.
(Alma Muñoz, “Abiertas desde ayer, principales entradas al campus de la
UNAM”, La Jornada, 19 de abril de 1999, p. 46.) La administración
había puesto en marcha todos los instrumentos a su alcance para frenar
el estallido de la huelga: amplia campaña propagandística en medios de
comunicación, amenaza de sanciones administrativas y judiciales contra
activistas, movilización de grupos de choque, desprendimiento de las
puertas de acceso a los planteles y el inicio anticipado de los trámites
del pase reglamentado a la licenciatura. Este último fue el motivo por
el que las asambleas de las preparatorias 5 y 7 determinaron iniciar la
toma de sus instalaciones de forma anticipada.
A un día del plazo fatal, la opinión
pública estaba a la expectativa. En la prensa nacional la Rectoría
publicaba enormes desplegados con firmas de miles de universitarios en
contra de la huelga, pero contradictoriamente, esas cifras no se
expresaban en la Universidad. Mientras tanto, para las decenas de miles
de estudiantes movilizados ya no había punto de retorno. Desde la tarde
del lunes 19 de abril había iniciado la toma de instalaciones en decenas
de escuelas y facultades. El estallido de la huelga se estaba
presentando como una auténtica guerra de posiciones. Una a una todas las
dependencias iban cayendo en manos de una multitudinaria masa de
estudiantes que obligaba a las autoridades a abandonar sus oficinas,
instalaba barricadas en los accesos e iba colocando sellos en los puntos
principales de las instalaciones.
La huelga llegó a la UNAM. A las cero
horas del martes 20 de abril fue izada una enorme bandera rojinegra en
la explanada de la Rectoría de CU, mientras en el Auditorio Che Guevara
de Filosofía y Letras miles de estudiantes presenciaban el acto
mediante el cual la Asamblea Estudiantil Universitaria (AEU) se
constituía como Consejo General de Huelga (CGH). 27 escuelas y
facultades de toda Universidad estaban estallando desde ese momento la
huelga y los estudiantes daban lectura a su Manifiesto a la Nación.
Como recurso desesperado las autoridades
se movilizaron a la mañana siguiente para repudiar la toma de las
instalaciones. Pero la iniciativa fracasó. La movilización oficial
consiguió aglutinar a aproximadamente 7 mil personas y estuvo integrada
mayoritariamente por funcionarios y personal de confianza de toda la
Universidad. La participación estudiantil fue prácticamente nula, y
calculando los costos políticos de un posible choque, Barnés decidió no
asistir desairando a diversos personajes y grupos que lo habían incitado
a tomar acciones de fuerza esa misma mañana.
Sin ninguna posibilidad real de impedir
la toma de instalaciones en la mayoría de las escuelas, las autoridades
decidieron concentrarse en aquellas dónde aún no se habían tomado
acuerdos o que se habían mostrado más indecisas. 27 escuelas y
facultades de la UNAM estaban ya bajo el control del CGH: los cinco CCH;
las nueve preparatorias; la ENEO; las dos ENEP (Acatlán – Aragón) y las
tres FES (Iztacala, Cuautitlán y Zaragoza); Economía, Filosofía,
Arquitectura, Políticas, Trabajo Social, Ciencias, Psicología y Química;
pero aún faltaba que el estallido se concretase en dependencias de gran
relevancia como Contaduría, Derecho, Ingeniería, Medicina, Odontología,
Veterinaria, el CUEC, la ENM, la ENAP y los estudiantes de posgrado.
Dada su tradicional despolitización y el fuerte predominio de los
estratos medios, en estas escuelas la correlación de fuerzas giró a
favor del movimiento hasta que la huelga en la mayoría de las escuelas
de la UNAM hubo de ser un hecho consumado. Pero decididas a no permitir
que cayeran bajo la influencia del movimiento, las autoridades
resistieron hasta el último momento la toma de las dependencias.
El día 21 abril los estudiantes de las
Facultades de Medicina y Veterinaria anunciaron su decisión de ir a la
huelga. En el primer caso, el director Alejandro Cravioto convocó a una
concentración de rechazo para aislar a los estudiantes, pero lejos de
conseguir los resultados anhelados, incentivo la fuerza de la oposición.
Poco a poco distintos grupos académicos discutieron las razones del
conflicto y tomaron sus resolutivos. Al final del día la suma global de
votos había arrojado 58 grupos a favor de la huelga y 35 en contra. Sin
ofrecer mayor resistencia, las autoridades del plantel colocaron sellos
en distintos puntos de la dependencia y abandonaron las instalaciones.
En Veterinaria el estallido cobró tintes
más virulentos. Desde temprana hora las autoridades instalaron en los
accesos retenes con guaruras impidiendo el acceso a todo estudiante
externo a la facultad. Pero al interior, una asamblea estudiantil
consiguió votar la huelga pese a la prohibición expresa de los
directivos. Cuando los estudiantes se apoderaron de la mayor parte de
las instalaciones, las autoridades decidieron emprender la retirada, no
sin antes sustraer material de laboratorio y animales de práctica.
Sin ningún sector de masa en el cual
apoyarse, la Rectoría observó paralizada la forma en que el movimiento
estudiantil estalló la huelga en las 36 escuelas y facultades de toda la
UNAM y no fue hasta el 22 de abril que en un manifestó a la opinión
pública el rector Francisco Barnés anunció: “Hoy ha concluido el despojo
de los planteles docentes de la Universidad Nacional Autónoma de
México. Por más de una semana, un grupo de estudiantes ha venido
apoderándose por la fuerza de edificios, bibliotecas, aulas,
laboratorios y centros de cultura de la institución. De nada ha valido
la voluntad expresa de la mayoría de los universitarios de no recurrir a
la suspensión indefinida de labores.” (Francisco Barnés de Castro, “A
la comunidad universitaria. A la opinión pública”, Proceso, 1173, 25 de abril de 1999, p. 23).
La huelga en la UNAM inició con gran
consenso y su curva de ascenso fue mucho más acelerada que la de
movimientos estudiantiles anteriores. Entre las asambleas y las
corrientes estudiantiles hubo divergencias tácticas, pero a la hora de
pasar a la ofensiva, golpearon de forma cohesionada. No hubo titubeos al
respecto. Las diferencias internas quedaron diluidas y el movimiento se
desplegó con gran fortaleza y unidad.
Hasta entonces muy pocas voces habían
creído posible que los estudiantes ni nadie, pudieran ofrecer una
resistencia significativa a las políticas neoliberales que habían ido
avanzando por todo el país. En la memoria de la izquierda mexicana
pesaban aún las sangrientas secuelas de la lucha contra el fraude
electoral de 1988 y la derrota que en 1995 había sufrido el Sindicato
Único de Trabajadores de Ruta 100 (SUTAUR-100) cuando todo su Comité
Ejecutivo había sido encarcelado. Pero hubo de ser el movimiento
estudiantil el que después de muchos años de parálisis irrumpiera en la
palestra política nacional para decir: ¡Ya basta!.
¿Fue la huelga de la UNAM el secuestro
de una minoría ante la pasividad de la mayoría? Nuestro método de
razonamiento nos indica que la explicación es mucho más sencilla que la
que los adeptos a las teorías conspirativas sugieren. Si el estallido de
la huelga fue posible, fue porque la demanda de gratuidad conectó con
las necesidades de decenas de miles de estudiantes desde el inicio y
porque las autoridades nunca quisieron una solución negociada. Hubo por
supuesto núcleos opositores a la huelga en las escuelas. En algunos
casos llegaron a ser cientos, pero esta oposición no llegó a expresarse
nunca como un movimiento de masas. Quedó en minoría y perdió la votación
de forma abrumadora. Aquellos que se inclinan a creer que la huelga fue
el arrebato intransigente de una minoría, en vano buscarán una sola
movilización de masas opositora a la huelga por estos días. A las cifras
y a los hechos históricos nos remitimos.
El estallido de la huelga tampoco fue un
acto precipitado y de escaso cálculo político. Antes de llevarla a
cabo, los estudiantes agotaron todos los recursos a su alcance para
evitarla: habían citado en vano al rector a dialogar en dos ocasiones,
habían tomado las calles cuatro veces y habían realizado dos paros
parciales. Varias semanas antes del 20 de abril los estudiantes
insistieron a las autoridades: “Si ustedes no resuelven, ésta va a ser
la huelga más consensada que haya existido en la historia de la
universidad.”
Los tiempos políticos para el dialogo
habían quedado rebasados. De no haber adoptado esta medida, el
movimiento estudiantil habría dejado pasar su oportunidad política más
significativa y muy probablemente se hubiera disuelto. En la Universidad
habría concluido el semestre, y luego del verano la imposición de las
cuotas se habría consumado. La suspensión de clases era la última
alternativa que los estudiantes habían contemplado para detener el RGP y
el recurso más extremo para hacerse escuchar.
En un país donde la educación pública
había sido la única conquista heredada a los jóvenes por la Revolución,
el estallido de la huelga en la UNAM el 20 abril de 1999 se convirtió en
el grito desesperado de una generación fustigada por el neoliberalismo y
amenazada con ser privada de la conquista cultural más importante que
el país había producido durante todo el Siglo XX: la Universidad
Nacional Autónoma de México. En este punto en especial no podemos más
que suscribir las siguientes palabras: “Creo haber vivido todos los
movimientos en la Universidad desde 1971 y no recuerdo uno tan masivo
como el movimiento del CGH. Fue la huelga más masiva y más plebeya que
se haya vivido en la historia de la Universidad. El despliegue fue una
verdadera avalancha, una tormenta, un estruendo impresionante. Era el
movimiento de los estudiantes de abajo, de los más jodidos, de los más
castigados, y que querían ser expulsados de la UNAM.” (Testimonio sobre
los acontecimientos de abril en Palabra del CGH. El testimonio de los huelguistas).
Fuente: @MemoriaUNAM: "A 15 años de distancia: ¿Cómo estalló la huelga en la UNAM?". URL: http://goo.gl/z5Is3d. En: @PulsoCiudadano_Vía: @AJUV1121, 19/06/2014
* Raúl Trejo - @ciberfan. Del editor en @MemoriaUNAM.